miércoles, 3 de agosto de 2011

Conversación


Hay muchas cosas en este mundo que pueden hacerte compañía. Y prácticamente todas las que te den conversación son bien recibidas. En el plano más onírico, está el angelito de tu hombro, y el demonio de tu otro hombro, cada uno susurrándote a un oido. Yo hace tiempo que me cansé de tanto barullo, soy un hombre y me gusta centrarme en una sola cosa a la vez y hacerla con dedicación. Así que tiré al angelito por el retrete (Tiene alas, ergo puede volar, pero me gustaría ver cómo se las arregla para bucear entre mi mierda).

Hay gente que, en las noches de insomnio, habla con las cucarachas de su piso. Yo gracias a Dios no soy tan cerdo. Solo un poco descuidado. No tengo cucarachas con las que charlar. Pero si muchas pelusas. Pelusas enormes que crecen como aliens en las rejillas de mis servidores. Pelusas monstruosas debajo de la cama. Discretas pelusas que se arremolinan entre los controles de mi mesa de mezclas en una orgía de polvo y decadencia pelusil. Pelusas alargadas que crecen entre mis regletas de enchufes. Incluso esa variedad de pelusa fina como el papel que crece en las pantallas de mis monitores. Porque la capa de polvo de una pantalla es una pelusa con un síndrome de pereza desorbitado, todos lo sabemos.

Anoche, pues, llegué a casa sensiblemente pronto así que saqué al animal con menos conversación e inteligencia del universo, mi perro, para que fuera feliz haciendo lo único que sabe hacer a parte de comer, y luego me serví un gran plato de carbonara, una pinta de fresca cerveza negra, y abri un par de cosas pendientes para matar el rato. Y mientras me fumaba los minutos, bocado aqui, trago allá, esquema del espectógrafo del Hubble acá, vi cómo mis pelusas se arremolinaban junto a una de mis zapatillas y se acercaban curiosas a indagar. Alguna, incluso, se dignó a preguntarme qué hacia viendo infografías del telescopio orbital. "¿Te enrollas con porno para ingenieros?" me dijo. No le presté mucha atención, aunque luego resultó que no era mala chica. Y así pasé la noche, entre cerveza, spaguettis, espectrografías de la nube de magallanes y pelusas parlanchinas.

Como dije, no tengo cucarachas que me animen las noches solitarias en mi casa. Ni falta que me hacen.

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